Escrito Con Tinta Fresca
viernes, 28 de enero de 2011
viernes, 17 de diciembre de 2010
EL DESPERTAR FRANCÉS
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| Luchar por la Solidaridad Generacional es fundamental para hacer legitimar nuestros derechos civiles |
LA PROTESTA SOCIAL QUE CONMUEVE A FRANCIA REVELA QUE LA SOCIEDAD HA COMPRENDIDO LO QUE LE ESPERA: PARA QUE EL CAPITALISMO PUEDA SOSTENERSE, EL RIGOR DEBERÁ INCREMENTARSE.
Hacía cuarenta años que Francia no vivía manifestaciones semejantes. La personalidad de Nicolás Sarkozy, su arrogancia, su preocupación por aplastar al "adversario" permitieron que se reuniera un frente muy amplio en su contra. Pero la agitación y las multitudes no nacen de los caprichos de un hombre. Responden a una elección de civilización operada, con el pretexto de la crisis financiera, por gobiernos europeros cuya paleta partidaria va de la derecha desacomplejada a la izquierda que capitula. En Italia, Silvio Berlusconi no hace ni más ni peor que los socialistas George Papandreou en Grecia o José Luis Zapatero en España. Ellos también hacen peligrar los servicios públicos y la seguridad social. Todos, para complacer a las agencias calificadoras, pretenden que los asalariados paguen el precio que los paises deben pagar por el saqueo perpetrado por los bancos.Estos últimos, sin embargo, siguen alimentándose, desaprensivos de toda obligación de mostrarse "valientes" y solidarios con las generaciones futuras.
No es "la calle" la que se viene abajo, es el pueblo francés el que regresa a escena. Ninguna legitimidad de los gobernantes puede oponerse a su propuesta. La Asamblea Nacional fue elegida a caballo de una campaña presidencial durante la cual Sarkozy ocultó sus intenciones relativas a una reforma de las jubilaciones, presentada luego como el "hecho emblemático" de su mandato. "El derecho a jubilarse a los 60 años debe mantenerse", proclamaba cuatro meses antes de su elección. Un año después, al evocar el eventual aplazamiento de ese derecho, el nuevo Presidente de la República insistió: "No lo haré (...). Nunca me comprometí a ello ante los franceses. Por tanto´, no tengo mandato para hacerlo. Y saben que eso es importante para mi". Gobernados ya por un Tratado Constitucional europeo que rechazaron masivamente por referéndum y que los legisladores de derecha (respaldados por algunos socialistas) impusieron estonces por vía parlamentaria, los franceses están manifestándose también contra e autoritarismo despectivo del poder.
(fragmento correspondiente a la EDITORIAL de "Le Monde Diplomatique, París". Edición noviembre de 2010)
miércoles, 15 de diciembre de 2010
ENTRE LA COYUNTURA Y LA ESTRUCTURA
(el siguiente es un fragmento del informe publicado por "Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur" de diciembre de 2010, cuyo autor es Julio C. Gambina)
El fuerte debate público actual sobre la coyuntura económica argentina –inflación, deuda, etc.- omite lo esencial: una definición sobre los necesarios cambios estructurales que están en la base de esos fenómenos. El año electoral que se inicia es propicio para una discusión sobre los problemas centrales de la economía.
Entre los temas coyunturales vale consignar justamente un año electoral, el próximo, condicionado por la crisis de la economía mundial. Esto supone discutir la política de ingresos y precios, tensionada por un escenario preocupante de inflación con incidencia especial sobre los productos alimentarios.
Las proyecciones gubernamentales para el año 2011 sugieren una evolución de los precios del 8.9 % (1), pero según especialistas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), se registra una evolución del 18.8% entre enero y septiembre de 2010, e interanual de 23.8% (2). Esto supone un arrastre y una proyección preocupantes para 2011 –la posibilidad de conflictos sociales en un año electoral- que el gobierno trata de morigerar alentando un pacto social entre empresarios y gremialistas en el que, hasta ahora, “los ejecutivos hacen hincapié en salarios y los sindicalistas, en los precios”(3).
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| Escribiendo para la construcción de la Identidad Nacional |
Pero mas allá de los elementos de coyuntura, el problema de la inflación obedece a un dato de la estructura económica argentina: la desigualdad en la apropiación del ingreso y de la riqueza de la población. “En 1974 el coeficiente de Gini (4) –calculado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC)- era de 0.345. En 1981 aumentó a 0.389; en 1985 a 0.422; en 1990 aumentaba a 0.495y, con la crisis de 2001-2002, en el tercer trimestre de 2003 era 0.534. Desde ahí comienza a bajar, pero desde mediados de la década tiende a estancarse, y no perfora los niveles promedio de los 90’ . En el segundo trimestre de 2009 alcanzaría 0.46 (5), o sea que se acercaria a los niveles del peor momento de la crisis.
Se trata pues de un tema que supone discutir las políticas públicas en materia de ingresos y egresos, que en la coyuntura pasa por la asignación de gasto presupuestario, tanto como por las fuentes y cuantías de los recursos. Estructuralmente, por habilitar un debate pendiente en la sociedad –no sólo en el Parlamento- sobre quiénes deben financiar el gasto público y cual debe ser su orientación. O sea, por la política fiscal y la asignación de recursos.
En el proyecto de presupuesto 2011 se establecen ingresos corrientes por 372.000 millones de pesos; tributarios por 235.000 millones. De estos últimos, los impuestos indirectos –los que paga toda la población- suman 185.000 millones, contra 50.000 millones de impuestos directos, incluido el impuesto a las ganancias. Entre los indirectos sobresalen los que se aplican a la producción, el consumo y las transferencias (109.000 millones), siendo el principal el IVA; luego siguen los relativos al comercio exterior, por 64.000 millones (6). Se confirma así el carácter regresivo de la estructura recaudatoria del fisco nacional: los que menos ingresan pagan más.
La coyuntura esta atravesada por la inflación y la disputa por los recursos públicos, siendo la política económica (cambiaria , monetaria, fiscal, de ingresos) en sentido integral lo que esta en juego, incluyendo por supuesto la rémora de la “autonomía” del Banco Central.
________________________
(1)Proyecto de Presupuesto 2011 sustentado en datos oficiales de un INDEC descalificado por el propio Consejo Asesor Universitario designado por el Ministerio de Economía ( www.mecon.gov.ar/onp/html/presutexto/proy2011/mensadosonce.html )
(3) Marcelo Cantón, "Diferencias por la agenda para empezar a discutir el Pacto Social", Clarín, Buenos Aires, 21-11-10
(4) Cuando el coeficiente se acerca a 1, significa que la distribución del ingreso es más desigual; y cuando se acerca a cero, es más igualitaria.
(5) Rolando Astarita, "Distribución del Ingreso en tiempos K" ( http://rolandoastaria.wordpress.com/2010/08/18/distribucion-del-ingreso-en-tiempos-k )
(6) Proyecto de Presupuesto 2011, Capítulo 1, Planilla 8 Título I, Cuadro 7 ( www.mecon.gov.ar/onp/html/presutexto/proy2011/ley/pdf/planillas_anexas/capitulo1/anexa108.pdf )
viernes, 10 de diciembre de 2010
Ruido
Cuando estudiamos el esquema de la comunicación sabemos que hay algunas cosas indispensables como el emisor, el receptor, el mensaje, el canal, el código y el contexto. Pero además hay un factor muy especial e importante que a veces muchos olvidan, que puede afectar el feedback y por ende todo el procedimiento. Es el ruido. El que molesta, el que fastidia, el que está de más.
Constantemente vamos por la vida comunicándonos con otros, y cada interacción es diferente según con quien hablemos, qué comuniquemos y en que lugar nos encontremos, pero siempre existe el ruido… está por todos lados. Una moto arrancando, el televisor muy alto, la radio de fondo, otra persona hablando, son ejemplos de interferencias a la hora de establecer una comunicación.
Igual pasa en otras cuestiones de la vida y debido a esto nos vemos afectados y limitados por esas “piedritas” en el camino que tratan de trabarnos. Sucesos inesperados, malas experiencias, miedos son factores de nuestra deserción y frustración; son ese ruido, esa interferencia que no nos deja realizarnos plenamente y tampoco poder dormir tranquilos en la noche.
Hay que entender que la vida es muy cruel algunas veces y está llena de sorpresas, pero también hay que tener en cuenta que es una sola y que tenemos la oportunidad de hacer lo que deseemos a pesar de estar limitados en muchas cosas. Quizás sea difícil y parezca imposible pero el remordimiento que sentimos al no intentar algo es peor que cualquier derrota.
A lo mejor, si lo pensamos bien, todas aquellas cosas que traban nuestro camino sirven para retomarlo con más fuerza. Son un obstáculo que enriquece aún más nuestras ganas de seguir.
El ruido forma parte del esquema de la comunicación, como los obstáculos forman parte del esquema de nuestra vida. Es cuestión de aceptarlos, esforzarse por superarlos y seguir.
Por K.
Crecemos con sus comentarios ¡Aporten, comenten! ¡Gracias!
El ruido forma parte del esquema de la comunicación, como los obstáculos forman parte del esquema de nuestra vida. Es cuestión de aceptarlos, esforzarse por superarlos y seguir.
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viernes, 3 de diciembre de 2010
El Juguete Rabioso, Roberto Arlt
Brevísima introducción
Arlt fue periodista y novelista nacido en Buenos Aires el 2 de abril de 1900 y falleció en esa provincia 42 años después.
Sus escritos, que poseen rastros de melancolía y una profunda crítica a la realidad nacional de la época, reflejan el ámbiente social de la Agentina , signada por los cambios introducidos por la Revolución Industrial y la consecuente corriente migratoria externa que modificó profundamente el devenir porteño, especialmente.
Escribió “El Juguete Rabioso” en 1926, siendo la primer novela de su autoria.
Pero basta de charla, aquí esta el primer fragmento del capítulo I de la novela y este es el link para descargarla.
¡DISFRUTEN!
CAPÍTULO UNO
LOS LADRONES
Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia.
| Roberto Arlt en la mirada del maestro Ricardo Carpani |
Decoraban el frente del cuchitril las polícromas carátulas de los cuadernillos que narraban las aventuras de Montbars el Pirata y de Wenongo el Mohicano. Nosotros los muchachos al salir de la escuela nos deleitábamos observando los cromos que colgaban en la puerta, descoloridos por el sol.
A veces entrábamos a comprarle medio paquete de cigarrillos Barrilete, y el hombre renegaba de tener que dejar el banquillo para mercar con nosotros.
Era cargado de espaldas, carisumido y barbudo, y por añadidura algo cojo, una cojera extraña, el pie redondo como el casco de una mula con el talón vuelto hacia afuera. Cada vez que le veía recordaba este proverbio, que mi madre acostumbraba a decir: “Guárdate de los señalados de Dios.” Solía echar algunos parrafitos conmigo, y en tanto escogía undescalabrado botín entre el revoltijo de hormas y rollos de cuero, me iniciaba con amarguras de fracasado en el conocimiento de los bandidos más famosos en las tierras de España, o me hacía la apología de un parroquiano rumboso a quien lustraba el calzado y que le favorecía con veinte centavos de propina. Como era codicioso sonreía al evocar al cliente, y la sórdida sonrisa que no acertaba a hincharle los carrillos arrugábale el labio sobre sus negruzcos dientes.
Cobróme simpatía a pesar de ser un cascarrabias y por algunos cinco centavos de interés me alquilaba sus libracos adquiridos en largas suscripciones.
Así, entregándome la historia de la vida de Diego Corrientes, decía:
había zambras gitanas... todo un país montañero y rijoso aparecía ante mis ojos llamado por la evocación. —Ezte chaval, hijo... ¡qué chaval!... era ma lindo que una rroza y lo mataron lo miguelete...
Temblaba de inflexiones broncas la voz del menestral:
—Ma lindo que una rroza... zi er tené mala zombra...
Recapacitaba luego:
—Figúrate tú... daba ar pobre lo que quitaba ar rico... tenía mujé en toos los cortijo... si era ma lindo que una rroza...
En la mansarda, apestando con olores de engrudo y de cuero, su voz despertaba un ensueño con montes reverdecidos. En las quebradas —Zi era ma lindo que una rroza —y el cojo desfogaba su tristeza reblandeciendo la suela a martillazos encima de una plancha de hierro que apoyaba en las rodillas.
Después, encogiéndose de hombros como si desechara una idea inoportuna, escupía por el colmillo a un rincón, afilando con movimientos rápidos la lezna en la piedra.
Más tarde agregaba:
—Verá tú que parte má linda cuando lleguez a doña Inezita y ar ventorro der tío Pezuña —y observando que me llevaba el libro me gritaba a modo de advertencia:
—Cuidarlo, niño, que dineroz cuesta —y tornando a sus menesteres inclinaba la cabeza cubierta hasta las orejas de una gorra color ratón, hurgaba con los dedos mugrientos de cola en una caja, y llenándose la boca de clavillos continuaba haciendo con el martillo toc... toc...
toc... toc...
Dicha literatura, que yo devoraba en las “entregas” numerosas, era la historia de José María, el Rayo de Andalucía, o las aventuras de don Jaime el Barbudo y otros perillanes más o menos auténticos y pintorescos en los cromos que los representaban de esta forma:
Caballeros en potros estupendamente enjaezados, con renegridas chuletas en el sonrosado rostro, cubierta la colilla torera por un cordobés de siete reflejos y trabuco naranjero en el arzón. Por lo general ofrecían con magnánimo gesto una bolsa amarilla de dinero a una viuda con un infante en los brazos, detenida al pie de un altozano verde.
Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas. Necesitaba un camarada en las aventuras de la primera edad, y éste fue Enrique Irzubeta. Era el tal un pelafustán a quien siempre oí llamar por el edificante apodo de “el falsificador”. He aquí como se establece una reputación y como el prestigio secunda al principiante en el laudable arte de embaucar al prójimo. Enrique tenía catorce años cuando engañó al fabricante de una fábrica de caramelos, lo que es una evidente prueba de que los dioses habían trazado cuál sería en el futuro el destino del amigo Enrique. Pero como los dioses son arteros de corazón, no me sorprende al
escribir mis memorias enterarme de que Enrique se hospeda en uno de esos hoteles que el Estado dispone para los audaces y bribones. La verdad es ésta:
Cierto fabricante, para estimular la venta de sus productos, inició un concurso con opción a premios destinados a aquellos que presentaran una colección de banderas de las cuales se encontraba un ejemplar en la envoltura interior de cada caramelo.
Estribaba la dificultad (dado que escaseaba sobremanera) en hallar la bandera de Nicaragua.
Estos certámenes absurdos, como se sabe, apasionan a los muchachos, que cobijados por un interés común, computan todos los días el resultado de esos trabajos y la marcha de sus pacientes indagaciones.
Entonces Enrique prometió a sus compañeros de barrio, ciertos aprendices de una carpintería y los hijos del tambero, que él falsificaría la bandera de Nicaragua siempre que uno de los lecheros se la facilitara. El muchacho dudaba... vacilaba conociendo la reputación de Irzubeta,
mas Enrique magnánimamente ofreció en rehenes dos volúmenes de la Historia de Francia, escrita por M. Guizot, para que no se pusiera en tela de juicio su probidad.
Así quedó cerrado el trato en la vereda de la calle, una calle sin salida, con faroles pintados de verde en las esquinas, con pocas casas y largas tapias de ladrillo. En distantes bardales reposaba la celeste curva del cielo, y sólo entristecía la calleja el monótono rumor de una
sierra sinfín o el mugido de las vacas en el tambo.
Más tarde supe que Enrique, usando tinta china y sangre, reprodujo la bandera de Nicaragua tan hábilmente, que el original no se distinguía de la copia. Días después Irzubeta lucía un flamante fusil de aire comprimido que vendió a un ropavejero de la calle Reconquista. Esto sucedía por los tiempos en que el esforzado Bonnot y el valerosísimo Valet aterrorizaban
a París.
Yo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el vizconde de Ponson du Terrail escribiera acerca del hijo adoptivo de mamá Fipart, el admirable Rocambole, y aspiraba a ser un bandido de la alta escuela. Bien: un día estival, en el sórdido almacén del barrio, conocí a Irzubeta.
La calurosa hora de la siesta pesaba en las calles, y yo sentado en una barrica de yerba, discutía con Hipólito, que aprovechaba los sueños de su padre para fabricar aeroplanos con armadura de bambú. Hipólito quería ser aviador, “pero debía resolver antes el problema de
la estabilidad espontánea”. En otros tiempos le preocupó la solución del movimiento continuo y solía consultarme acerca del resultado posible de sus cavilaciones. Hipólito, de codos en un periódico manchado de tocino, entre una fiambrera con quesos y las varillas coloradas de “la caja”, escuchaba atentísimamente mi tesis:
—El mecanismo de un “reló” no sirve para la hélice. Ponéle un motorcito eléctrico y las pilas secas en el “fuselaje”.
—Entonces, como los submarinos....
—¿Qué submarinos? El único peligro está en que la corriente te queme el motor, pero el aeroplano va a ir más sereno y antes de que se te descarguen las pilas va a pasar un buen rato.
—Ché, ¿y con la telegrafía sin hilos no puede marchar el motor? Vos tendrías que estudiarte ese invento. ¿Sabés que sería lindo? En aquel instante entró Enrique.
—Ché, Hipólito, dice mamá si querés darme medio kilo de azúcar hasta más tarde.
—No puedo, ché; el viejo me dijo que hasta que no arreglen la libreta... Enrique frunció ligeramente el ceño.
—¡Me extraña, Hipólito!... Hipólito agregó, conciliador:
—Si por mi fuera, ya sabés... pero es el viejo, ché —y señalándome, satisfecho de poder desviar el tema de la conversación, agregó, dirigiéndose a Enrique:
—Ché, ¿no lo conocés a Silvio? Este es el del cañón. El semblante de Irzubeta se iluminó deferente.
—Ah, ¿es usted? Lo felicito. El bostero del tambo me dijo que tiraba como un Krupp...
En tanto hablaba, le observé.
Era alto y enjuto. Sobre la abombada frente, manchada de pecas, los lustrosos cabellos negros se ondulaban señorilmente. Tenía los ojos color de tabaco, ligeramente oblicuos, y vestía traje marrón adaptado a su figura por manos pocos hábiles en labores sastreriles.
Se apoyó en la pestaña del mostrador, posando la barba en la palma de la mano. Parecía reflexionar. Sonada aventura fue la de mi cañón y grato me es recordarla.
A ciertos peones de una compañía de electricidad les compré un tubo de hierro y varias libras de plomo. Con esos elementos fabriqué lo que yo llamaba una culebrina o “bombarda”. Procedí de esta forma: En un molde hexagonal de madera, tapizado interiormente de barro,
introduje el tubo de hierro. El espacio entre ambas caras interiores iba rellenado de plomo fundido. Después de romper la envoltura, desbasté el bloque con una lima gruesa, fijando al cañón por medio de sunchos de hoja de lata en una cureña fabricada con las tablas más
gruesas de un cajón de kerosene.
Mi culebrina era hermosa. Cargaba proyectiles de dos pulgadas de diámetro, cuya carga colocaba en sacos de bramante llenos de pólvora Acariciando mi pequeño monstruo, yo pensaba:
—Este cañón puede matar, este cañón puede destruir— y la convicción de haber creado un peligro obediente y mortal me enajenaba de alegría.
Admirados lo examinaron los muchachos de la vecindad, y ello les evidenció mi superioridad intelectual, que desde entonces prevaleció en las expediciones organizadas para ir a robar fruta o descubrir tesoros enterrados en los despoblados que estaban más allá del arroyo
Maldonado en la parroquia de San José de Flores. El día que ensayamos el cañón fue famoso. Entre un macizo de cinacina que había en un enorme potrero en la calle Avellaneda antes de llegar a San Eduardo, hicimos el experimento. Un círculo de muchachos me rodeaba mientras yo, ficticiamente enardecido, cargaba la culebrina por la boca. Luego, para comprobar sus virtudes balísticas, dirigimos la puntería al depósito de cinc que sobre la muralla de una carpintería próxima la abastecía de agua.
Emocionado acerqué un fósforo a la mecha; una llamita oscura cabrilleteó bajo el sol y de pronto un estampido terrible nos envolvió en una nauseabunda neblina de humo blanco. Por un instante permanecimos alelados de maravilla: nos parecía que en aquel momentohabíamos descubierto un nuevo continente, o que por magia nos encontrábamos convertidos en dueños de la tierra.
De pronto alguien gritó:
—¡Rajemos!, la “cana”.
No hubo tiempo material para hacer una retirada honrosa. Dos vigilantes a todo correr se acercaban, dudamos... y súbitamente a grandes saltos huimos, abandonando la “bombarda” al enemigo.
Enrique terminó por decir:
—Ché, si usted necesita datos científicos para sus cosas, yo tengo en casa una colección de revistas que se llaman “Alrededor del Mundo” y se las puedo prestar. Desde ese día hasta la noche del gran peligro, nuestra amistad fue comparable a la de Orestes y Pílades.
* * *
¡Qué nuevo mundo pintoresco descubrí en la casa de la familia Irzubeta! ¡Gente memorable! Tres varones y dos hembras, y la casa regida por la madre, una señora de color de sal con pimienta, de ojillos de pescado y larga nariz inquisidora, y la abuela encorvada, sorda y negruzca como un árbol tostado por el fuego.
A excepción de un ausente, que era el oficial de policía, en aquella covacha taciturna todos holgaban con vagancia dulce, con ocios que se paseaban de las novelas de Dumas al reconfortante sueño de las siestas y al amable chismorreo del atardecer. La casa era obscura, húmeda, con un jardincillo de mala muerte frente a la sala. El sol únicamente entraba por la mañana a un largo patio cubierto de verdinosas tejas. Las inquietudes sobrevenían al comenzar el mes. Se trataba entonces de disuadir a los acreedores, de engatusar a los “gallegos de mierda”, de calmar el coraje de la gente plebeya que sin tacto alguno vociferaba a la puerta cancel reclamando el pago de las mercaderías, ingenuamente dadas a crédito.
El propietario de la covacha era un alsaciano gordo, llamado Grenuillet. Reumático, setentón y neurasténico, terminó por acostumbrarse a la irregularidad de los Irzubeta, que le pagaban los alquileres de vez en cuando. En otros tiempos había tratado inútilmente de desalojarlos de la propiedad, pero los Irzubeta eran parientes de jueces rancios y otras gentes de la misma calaña del partido conservador, por cuya razón se sabían inamovibles.
sábado, 27 de noviembre de 2010
¿Ser o no ser?
¿Por que será que somos tan distintos, que no existe la posibilidad de que haya una persona totalmente idéntica a otra en todo el mundo? Nuestra complejidad se hace cada vez mayor con el transcurso de las épocas. Los nuevos descubrimientos generan constantemente mayor diversidad de pensamiento. Pero a pesar de lo maravilloso que es poder distinguirse, existe, como siempre, la otra cara de la moneda.
La frase del conocido Hamlet “Ser o no ser” está constantemente conviviendo con nosotros, con nuestra vida; desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir.
Es simple definirnos a nosotros mismos; sabemos perfectamente cuales son nuestros ideales, pero al momento de compartirlos con la sociedad ya no resulta tan fácil.
Por más años que tengamos en este mundo nunca podemos dejar de vacilar antes de actuar frente a otras personas ¿Qué es lo que tememos?
Hoy, en casi todas las ocasiones, no es conveniente dejarse llevar, actuar por impulso, sentimiento o necesidad. Alguien que sabe lo que le conviene se atiene a determinadas reacciones que sus instintos buscan expresar, sólo por el hecho de adecuarse al marco social.
Entonces, pensándolo un poco más, no somos tan policromados como pensamos. Nuestras personalidades y pensamientos podrán ser únicos, pero frente al mundo están limitados, tapados por un conjunto de reglas que nadie sabe quien creó alguna vez.
¿Será que si nos soltamos y nos dejamos ver tal cual somos, las reglas se romperían y el mundo se volvería un caos? Entonces, ¿de que sirven todas las ideas liberales y revolucionarias si al fin y al cabo lo que mantiene el orden es el conservadurismo?
Pero pensándolo mejor, si con reglas dejamos de ser quienes somos, quizás haga falta un cambio; pero ¿como podemos saber lo que es mejor? Es cuestión de probar, de soltarnos, de gritar, de llorar, de bailar, de cantar… de ser nosotros mismos, para ver si de alguna forma todos los atropellos y tiranías comienzan a quedar en el olvido algún día. Esa es la cuestión.
Por K.
sábado, 20 de noviembre de 2010
¡Llegamos!
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| PISANDO FUERTE |
La finalidad de este blog es publicar nuestras reflexiones y/o pensamientos para compartirlos con los lectores y crecer con sus críticas. Es importante para nosotras recibir sus opiniones, así que escríban para que esto rápidamente se convierta en un espacio dinámico de inercambio de ideas.
¡MUCHAS GRACIAS!
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